miércoles, 24 de diciembre de 2014

AHORA QUE ESTAMOS EN "FIESTAS" - PARTE 2

En 1937, 13 años después de fallecido Lenin, N.K. Krupskaya publicó en Komsomólskaya Pravda un artículo acerca de la moral comunista. Es evidente su preocupación por el "viraje" que ya se estaba notando no solo en los "jefes" liderados por Stalin, sino también en la juventud organizada dentro del partido. Décadas después nos enteramos de que los bolcheviques habían conquistado el poder, pero no se habían ocupado por modificar gran cosa las prácticas pequeñoburguesas conservadoras y reaccionarias instaladas a fuego en la vida cotidiana y dentro de las familias. La contrarrevolución hizo su trabajo y el posterior derrumbe solo fue cuestión de tiempo. Leamos y no repitamos los mismos errores. Empecemos el cambio.

En el discurso pronunciado el 2 de octubre de 1920 en el III Congreso de la Unión de Juventudes Comunistas, Vladimir Ilich habló de la moral comunista, explicó con ejemplos sencillos y concretos en qué reside la esencia de la moral comunista. Dijo que la moralidad feudal y burguesa es un puro engaño, un embeleco y aturdimiento a los obreros y campesinos en provecho de los terratenientes y capitalistas, pero que la moralidad comunista se deriva de los intereses de la lucha de clase del proletariado. Dijo que la moralidad comunista debe orientarse a que la sociedad humana se eleve a mayor altura y se desembarace de la explotación del trabajo. La base de la moralidad comunista reside en la lucha por consolidar y llevar a su término el comunismo. Con ejemplos concretos, Lenin mostró cuán importantes son la cohesión, el arte de dominarse, trabajar sin desmayo en lo que es necesario para consolidar el nuevo género de vida social; cuán grande es la disciplina consciente que se precisa para ello, cuán necesaria es una fuerte solidaridad en la ejecución de las tareas planteadas. Ilich dijo a la juventud que era necesario entregarse por entero al trabajo, consagrar todas sus energías a la causa común.

Despacho de Lenin en el Kremlin

Y la vida de Lenin fue un ejemplo de cómo hay que hacerlo. Ilich no podía, no sabía vivir de otra manera. El no era un asceta, le gustaba patinar, andar en bicicleta, escalar por las montañas, ir de caza; amaba la música, la vida en toda su diversa belleza; amaba a los camaradas;  amaba a la gente. Todos conocen su llaneza, su risa jovial y contagiosa. Pero en él todo estaba subordinado a una cosa: a la lucha por una vida luminosa, culta, acomodada, para todos, pletórica de contenido, de alegría. Le regocijaban sobre todo los éxitos obtenidos en esta lucha. Lo personal se fundía en él, por sí mismo, con su actividad social.

En la emigración, en los países donde, aunque existía el régimen capitalista, el movimiento socialdemócrata estaba más o menos legalizado (en Francia, en Inglaterra, en la Alemania de anteguerra), con frecuencia observamos cómo un destacado dirigente socialdemócrata pronunciaba discursos fogosos, muy radicales, pero que en su vida hogareña, en su modo de ser era un pequeño burgués auténtico, "un bourgeois malgrés lui", como dicen los franceses, es decir, "un burgués a pesar suyo". El modo de vida capitalista, todo el ambiente circundante influyen tanto sobre su sicología, que él incluso ni lo advierte. La esposa para él no es amigo ni camarada, sino el ama de casa, una criada o un juguete, un objeto de entretenimiento, de satisfacción de las necesidades sexuales; los hijos, una propiedad con la cual se puede hacer lo que se quiere: maltratar, mimar, obligar a trabajar en demasía o criar zánganos. John Reed tiene un cuento admirable, La hija de la revolución, donde se narra cómo una joven -hija de un obrero comunero, hermana de un socialista- se asfixia en la trivialidad de la vida familiar, pequeñoburguesa hasta el tuétano, no sabe dónde encontrar la salida, y se lanza a la prostitución.
(...)
Ultimamente, algunos funcionarios y activistas del Komsomol han perdido agudeza política, se han dejado arrastrar por la influencia burguesa en la vida, se han olvidado de cómo debe ser el comunista, por qué debe luchar. Desde luego, estos son casos aislados. Pero es necesario que cada komsomol se observe más a sí mismo, hace falta que cada uno sea más vigilante y exigente para consigo mismo, no de palabra, sino de hecho; hay que ser leninista hasta el fin, tanto en la vida pública como en la privada, saber subordinar los intereses personales a los intereses de la causa común, no olvidar que la vida privada es inseparable de la pública, de la política.

Esto atañe aún en mayor grado a los escolares y estudiantes komsomoles. Aquí es preciso preocuparse particularmente de que no exista divorcio con la vida real, con la construcción socialista, con las masas; que no exista arribismo, que no brote como una flor pomposa el individualismo burgués.

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