miércoles, 24 de diciembre de 2014

AHORA QUE ESTAMOS EN "FIESTAS" - PARTE 1

Ahora que estamos en "fiestas" han aparecido por la red unas postales mostrando a un Lenin "navideño", con su arbolito al fondo y jugando con unos niños en una sala espaciosa. Y cómo no: los "me gusta" abundaron, especialmente de esa izquierda tan izquierdista de siempre. La burguesía tiene razón: ellos siguen ganando la lucha de clases. Y es que nos controlan la mente de la manera más descarada: izquierdistas, rojos, en la marcha, en las aulas, de la boca para afuera; pero en la vida cotidiana, somos igual de pequeñoburgueses que el resto de mortales: con sus íconos y símbolos, con sus fiestas, con sus costumbres, con sus poses y con su consumismo. Como dijo un obrero peruano: la izquierda debe demostrar a la derecha que somos otra cosa, que somos distintos, que tenemos otra cultura. Así debería ser si en realidad queremos ganar la lucha de clases y lograr un mundo nuevo, con toda la autoridad de una clase coherente con su concepción del mundo, que no se dice "roja" y luego transa en aspectos ideológicos clave. Pero este fenómeno ya tiene tiempo. En 1924, N.K. Krupskaya, compañera de ideas y de vida de Lenin, escribió al respecto (en Lenin y el partido, editorial Progreso).



Ahora se escribe mucho acerca de Vladimir Ilich. En estos recuerdos, con frecuencia se le presenta como un asceta, como un filisteo y padre de familia virtuoso. En cierto modo se desfigura su imagen. El no era así. Era un hombre, a quien nada humano le resultaba ajeno. Amaba la vida en toda su diversidad, asimilándola ávidamente.
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Vladimir Ilich sabía tomar de la vida sus alegrías. Amaba mucho la naturaleza. Yo no hablo ya de Siberia, sino también en el exilio nos desplazábamos constantemente a las afueras de la ciudad para respirar a pleno pulmón, íbamos muy lejos y regresábamos a casa embriagados de aire, movimiento e impresiones. Nuestro género de vida se diferenciaba mucho del de otros emigrados. A la gente le gustaban las conversaciones interminables, el palique mientras tomaban una taza de té, permanecer envueltos en volutas de humo. Vladimir Ilich se cansaba muchísimo de ese palique y siempre se las arreglaba para ir de paseo.
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A Ilich le gustaba, además, observar la vida. Adondequiera que fuéramos juntos, en Munich, Londres o París. Le agradaba leer los anuncios sobre las diferentes reuniones de los socialistas de los arrabales, en los pequeños cafés, en las iglesias inglesas. Quería ver la vida del obrero alemán, inglés o francés; escuchar cómo hablaba éste, no en las grandes asambleas, sino en medio de sus camaradas íntimos, en qué pensaba, de qué vivía.
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Vladimir Ilich amaba a los seres humanos. El no colocaba encima de su mesa las fotografías de las personas que amaba, como alguien ha descrito recientemente. Pero amaba a los hombres con vehemencia. Así amaba, por ejemplo, a Plejánov. Este desempeñó un enorme papel en el desarrollo de Vladimir Ilich, le ayudó a encontrar el camino revolucionario justo (...)
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El afecto a las personas no influyó nunca en su posición política. Por mucho que quisiera a Plejanov o a Mártov, rompió políticamente con ellos (al romper políticamente con una persona, rompía con ella también personalmente; no podía ser de otro modo, cuando toda la vida estaba vinculada a la lucha política), en el momento en que fue necesario para la causa.
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Con su comprensión de la vida y de los hombres, con su actitud fogosa hacia todo, lo que menos era Ilich era ese pequeñoburgués virtuoso que a veces pintan ahora: un buen padre de familia modelo, la esposa, los hijitos, las fotos de los familiares encima de la mesa, un libro, un albornoz, un gatito que ronronea sobre las rodillas, y alrededor un "ambiente" señorial, en el cual Ilich "descansa" de la vida pública. Cada uno de sus actos los pasan a través del prisma de un sentimentalismo filisteo.

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