miércoles, 6 de mayo de 2015

Educación en el siglo XXI

El tema educativo se ha convertido en preocupación constante desde por lo menos mediados del siglo XX. Y la preocupación se debe a que el nivel educativo y cultural de la mayoría de ciudadanos ha disminuido ostensiblemente. Y esto, a pesar de las numerosas reformas realizadas, de los miles de programas aplicados, y del uso sostenido de la tecnología en las escuelas. Nada parece funcionar y los "analfabetos funcionales" son legión. Y, como presagiaba Sartori, encima se enorgullecen de ello. el filósofo Manuel Cruz ensaya una explicación para este hecho. Vale la pena leerlo y sacar conclusiones para comenzar a actuar.



Pensemos, sin ir más lejos, en la forma en la que tiende a plantearse hoy eso que antes de denominaba proceso educativo. Ha pasado a ser considerado como una antigualla completamente obsoleta sostener que, en su conjunto, dicho proceso debería ser pensado en términos de formación integral del ciudadano o cosa semejante. Frente a tamaño anacronismo, se nos repite hoy por todas partes -de hecho, se han incorporado al coro de los repetidores incluso nuestras propias autoridades ministeriales-, se trata de plantearlo como una gran formación profesional destinada a preparar a los individuos para una más eficaz inserción en el mercado del trabajo. (...) el criterio para valorar el éxito personal ha pasado a ser no solo haber alcanzado el objetivo de la inserción, sino, de acuerdo con la misma lógica economicista, haberlo hecho en las mejores condiciones, esto es, obteniendo el máximo rendimiento económico, lo que equivale a decir ganando el máximo dinero.

Desde esta perspectiva, se entenderá un fenómeno muy característico de nuestro tiempo, y es que los ignorantes anden crecidos. Si antaño se avergonzaban de su ignorancia, ahora es frecuente que saquen pecho e incluso alardeen de lo que han conseguido sin saber apenas. Y es que, en efecto, no sostiene nada que contravenga este discurso, hoy hegemónico, quien hace ostentación de haber obtenido el mismo resultado -el único que se declara importante: el enriquecimiento, a ser posible rápido- por otras vías, sin necesidad de haber seguido el recorrido convencional del estudio y la preparación académica. De ahí la llamativa seguridad con la que determinados personajillos de celebridad efímera hacen en público (preferiblemente, en televisión) un reconocimiento explícito, carente de toda pesadumbre, de su completa ignorancia.

(...)

El problema de nuestros ignorantes de hoy (en otros aspectos, idénticos a los de siempre, claro está) no es tanto que no se den cuenta de la cantidad de información y conocimientos de los que no disponen, como que se les escapa el valor de los mismo; o, tal vez mejor, que atribuyen un valor por completo equivocado tanto a lo que ignoran como a lo que creen saber.

Así, sigue siendo, por desgracia, muy frecuente que estos ignorantes consideren que la persona culta, ilustrada, leída o refinada es alguien que verdaderamente no está en el mundo, sino, en el mejor de los casos, en su mundo. Mientras que ellos, por lo que respecta a sí mismos, están persuadidos de pisar con los pies en el suelo y enterarse efectivamente de lo que pasa, en su más concreta y tangible materialidad.

(...)

No es cierto que la persona culta, en sus ensoñaciones espiritualistas, vea lo que no hay. Lo cierto es justo lo contrario: que la persona inculta, ignorante, no ve lo que hay. Así, por no abandonar los ejemplos citados, la belleza -la del mundo y la del alma- pasa por delante de sus ojos constantemente sin que sea capaz de percibirla. O si prefieren decirlo con diferentes palabras: la persona culta no solo dispone de un mundo interior más rico, sino que penetra en el interior del mundo. De la otra persona, hemos dicho antes que no sabe que no sabe, lo que significa, en resumidas cuentas y a la luz de todo lo que hemos planteado a continuación, que lo que de veras no sabe es lo que se pierde.

Tomado de:
El País, lunes 30 de marzo de 2015



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