LA REVOLUCIÓN CHINA
En muchos espacios "de izquierda", hablar de Mao Tsetung y la revolución china está vedado, pues se le asocia con autoritarismo brutal, con persecución y muerte a todo aquel que discrepe, y con terrorismo. En el caso de Perú, el "Luminoso Sendero" cumplió un nefasto papel al achacar todos sus desmanes y actos terroristas al "maoísmo".
Ni corta ni perezosa, la derecha local aprovechó esto para arrinconar a toda la izquierda bajo el mote de "terrorista", y así en nombre de la "seguridad", el "orden" y la "democracia", justificar los atropellos y asesinatos cometidos contra dirigentes, sindicalistas, maestros, obreros y líderes sociales que nada tenían que ver con el "Luminoso Sendero".
Pues bien, siguiendo a Lenin, quien consideraba como tarea de las Juventudes Comunistas el aprender y asimilar todo el conocimiento humano posible, es pertinente que estudiemos y comprendamos la Revolución china antes de rechazarla o negarla. Solo así podremos sacar lecciones útiles para la construcción del socialismo. A continuación, fragmentos del libro "Los orígenes de la revolución china", de Lucien Bianco.
¿Cómo ha sido posible la victoria comunista? (...) Las explicaciones pueden ser sin duda militares, pero sobre todo, creemos nosotros, sociales y políticas.
"El ejército que dispone de un material inferior vencerá al que dispone de un material superior; el campo conquistará la ciudad; el Partido que no está ayudado por el extranjero triunfará del partido que goza de la ayuda extranjera". Cualquiera que oía repetir con aparente convicción estas afirmaciones casi como lemas a los oficiales del Ejército Rojo durante los primeros meses de 1948 podía concluir que se trataba de fanfarronadas destinadas a sostener la moral de los combatientes. Hoy día parecen casi triviales, menos elocuentes en todo caso que los mismos hechos. Porque la revolución china fue en primer lugar la conquista de un país grande como un continente por un ejército de pordioseros. Y con una rapidez que dejó estupefactos a todos los expertos. Menos de un año pasa entre la toma de Shenyang (30 de octubre de 1948) y la de Cantón (15 de octubre de 1949); ¡un año desde Manchuria a los trópicos!
Por extraordinaria que sea, la hazaña del vencedor choca menos desde el principio que las debilidades del vencido. Confirmando el análisis de los oficiales comunistas, el consejero norteamericano del Generalísimo señala también algunas, tras la caída de Manchuria: "Desde mi llegada a China, escribe, no se ha perdido ninguna batalla por falta de municiones o de equipo. A mi parecer todas las desbandadas militares de los nacionalistas se pueden achacar al peor mando que existe en el mundo y a muchos otros factores que minan la moral y pueden conducir a una pérdida total de la voluntad de combatir".
El Ejército Rojo y las múltiples unidades de guerrillas locales no son tanto, a decir verdad, un ejército cuanto el pueblo en armas. Es decir, los campesinos, venidos de las innumerables aldeas de la Gran Llanura de China del Norte. Y del Noreste: el reclutamiento está íntimamente ligado al progreso de la revolución agraria y la Manchuria, donde las redistribuciones de tierras fueron más efectivas y precoces que en otras partes, proporcionan al Ejército de Liberación del Pueblo 600 000 entre junio de 1946 y junio de 1948. Puesto que se trata de un ejército de campesinos, la educación política es aproximadamente la misma en los campos que en las aldeas. A pesar de su inferioridad numérica, los regimientos de primera línea contienen también instructores y estudiantes, actores y actrices, especialistas de la reforma agraria o del cultivo del arroz. Una unidad del Octavo Ejército, escribe un corresponsal de guerra norteamericano (Jack Belden), es también "una escuela, un teatro, un club de trabajo cooperativo y político".
En definitiva, para millones de campesinos, enrolados o civiles, lo que trae el Ejército Rojo es realmente la promesa inmediata de una existencia distinta, la liberación global de los males ligados a la "antigua sociedad". Garantías tangibles de estas promesas son los recuerdos que el más humilde comparte con un ejército al mismo tiempo familiar y fabuloso: por ejemplo, la guerra realizada conjuntamente contra las langostas o las "campañas de producción" organizadas por el Octavo Ejército en el periodo más fuerte de la gran carestía (1942-1943). Esos años negros que el pueblo y el "Octavo" han vivido juntos y cuyos males angustiosos han compartido fraternalmente forjan un lazo más sólido que todas las ideologías y contribuye a explicar la inmediata complicidad que suscita a mil kilómetros un simple gesto: el pulgar y el índice levantados (*).
(*) Modo de indicar el caracter ba, que significa ocho.


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