miércoles, 13 de marzo de 2013

Entendamos de una vez el machismo

El reciente exabrupto de Marco "Turbio" Gutiérrez durante la campaña por la revocatoria sacó a la palestra el tema del machismo. El reconocido polígrafo peruano Marco Aurelio Denegri nos aclara que machista no es quien seduce y conquista a las mujeres. Tampoco son machistas los intrépidos varones que generan suspiros en el mujerío debido a sus valientes hazañas. Entonces, ¿quiénes son machistas?


La muletilla explicatoria de las feministas es el machismo. Las mil y una desgracias femeninas se deben a él. Todo, cualquier actitud, un gesto, una intención, el sistema social, los viajes interespaciales y posiblemente el pan con huevo, todo es machista o está teñido de machismo.

Usar así, tan irrigurosamente, este concepto es, cuando menos, una alegría semátnica que conviene corregir. Corrijámosla, pues.

El machismo es la forma exasperada, impetuosa y bronca del patriarcalismo, su acentuación caricaturesca. Rige en el ámbito latinoamericano y se circunscribe a él. Su manifestación más nítida y definida es la mexicana.

Lo característico del machismo no es la baja situación de la mujer ni el desprecio que por ella se siente, ni el oculto ni el inoculto. En Oriente, desde tiempo inmemorial, ha sido muy desgraciada la situación femenina, y, sin embargo, no creo que pueda decirse que hay machismo en Oriente.

Lo caracerístico del machismo no es la conquista de la mujer. Seducir y poseer mujeres no es lo propio del machista.  Enamorados y mujeriegos con los tenorios. Conquistar y burlar no es lo distintivo del machista. Si lo fuera, entonces tendríamos que considerar machistas a Don Juan y Casanova y a Byron, y modernamente a todos los playboys. Consideración cuya absurdidad es patente.


Lo característico del machismo no es el valor ni el arrojo temerario. Muchos pueblos han sido y son valerosos y, sin embargo, no son machistas. Valor grande el de la gente de Esparta, pero los espartanos no eran machistas. Y valentía proverbial la de los japoneses -recuérdese la casta de los Samurai y, mucho más recientemente, la actuación asombrante en la Segunda Guerra Mundial, del suicida kamikaze; valor, valentía y arrojo tuvieron y tienen los japoneses, pero machismo no.

Lo característico del machismo es un sentimiento peculiar de hombría, el sentirse varón en un sentido puramente animal;  o sea, sentirse macho y demostrarlo. Demostrarlo mediante la fuerza y la violencia, arriesgando la vida en circunstancias triviales en las que una persona medianamente sensata no a arriesgaría.

El machista siente como desafío la más ligera duda concerniente a su varonía, sobre la que descansa una indudable vanidad narcisística, porque el machista se complace excesivamente en la consideración de sus propias facultades y de sus propias obras. Pero es una complacencia animal, como la del gallo. Yo diría que el sentimiento machístico equivale a lo que los especialistas en conducta animal, los etólogos, llaman imperativo territorial. Darwin creía que el gallo canta y se pasea ufano porque quiere atraer a las hembras y lucirse ante ellas; pero no, cuando el gallo canta lo que quiere decir es esto: "Aquí estoy y éste es mi territorio; que ningún otro gallo se atreva a entrar en él".

La mujer es el gran pretexto del machismo, el asidero de su justificación. Por ella manifiesta y afirma el macho arrogante su machez. Macho, si la conquista; macho, si la defiende; macho, si se la quita a otro; macho, si tiene varias; macho, en fin, si pega y domina a todas; porque si a las mujeres no se les tratara así, entonces ¡qué no harían las mujeres!

Por eso, para que no hagan esas cosas terribles que imaginamos, hay que tratarlas violentamente. La violencia es la rectora existencial del machista. La tasa de criminalidad es altísima en México, país hermano que, según dicen, está tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos.

El machista, con su proceder violento, vence y sojuzga a la mujer, sin permitirle la menor expresión de hostilidad  ni el más leve intento de rebeldía, que por lo demás ya ni lo puede haber, tanta es la alienación femenina.

La mujer, vencida y sometida, deja, mal de su grado, que el macho use de ella en la cama. Él manda y decreta; ella obedece sumisamente. Él exige castidad y virginidad; y ella, creyendo por lo general justa la exigencia, se guarda muy bien de no poder satisfacerla. Y claro, como la satisface, acrece aún más, desmesurándose hasta causar risa, la varonía de su amo, porque éste pasa a ser, de macho, machazo. Si hay en esto alguna ley, díganme si no es la perfecta del embudo.

Finalmente, el machismo pertenece a un determinado estilo de vida, corresponde a un cierto mundo. En la ruralia, el de Juan Charrasqueado: la ley del revólver, la violencia desatada y la borrachera. En la urbe, el mundo del hampa y los bajos fondos, el universo rufianesco, el malevaje.

Una cosa es la sociedad patriarcal y otra la sociedad machística. Esta última, al exagerar los valores de la primera hasta extremos patéticos, muestra, como forma de vida, una elementalidad, una primitividad, una violencia que las sociedades patriarcales desconocen.



Tomado de:
Marco Aurelio Denegri (2008). Hechos y opiniones acerca de la mujer. Lima: San Marcos.

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