viernes, 19 de febrero de 2010

ESTRES, POBREZA Y SALUD

La pobreza está plagada de estresantes físicos: ondas de calor asesinas en asentamientos sofocantes, caminatas cuesta arriba con los víveres porque el autobús llegó tarde, el arduo trabajo manual. También impera una desproporcionada cantidad de estrés psicológico, como la falta de control, lo imprevisible de otra búsqueda de empleo, la incertidumbre de sufrir o no un asalto al caminar de vuelta a casa en tu peligroso barrio.


Hay menos mecanismos para hacer frente al estrés: los pobres no pueden pedir un permiso laboral sin goce de sueldo para elucidar qué esperan de la vida, ni pueden disipar tensiones en el gimnasio. Por último, la imagen de una familia pobre, pero unida y alentadora, es más la excepción que la regla, pues el apoyo social se viene abajo cuando todos tienen que desempeñar tres empleos.

Entonces, ¿la pobreza va de la mano con la mala salud? Por supuesto. El problema estriba en el gradiente de salud que abarca la totalidad del escalafón socioeconómico: partiendo del nivel superior hacia el más bajo, la salud y la expectativa de vida empeoran progresivamente. Esta situación fue señalada de manera muy particular en los estudios Whitehall, en los que el investigador Michael Marmot, del University College en Londres, utilizó gran variedad de parámetros para demostrar que, en la muy estructurada jerarquía del servicio público británico, la salud empeora gradualmente de arriba hacia abajo.



Es imposible explicar este fenómeno argumentando un acceso desigual al tratamiento médico, porque el Reino Unido se cuenta entre las naciones que proporcionan atención médica universal. Y aunque resulta innegable que cuanto más baja es la condición socioeconómica mayor es la probabilidad de fumar y llevar una dieta poco saludable, estos factores de riesgo no son la razón primaria de las diferencias de salud entre ricos y pobres. Buena parte de las estadísticas bien documentadas de la población de Whitehall y otros sujetos de estudio muestra que los factores de riesgo representan sólo cerca de un tercio de la relación entre nivel socioeconómico y salud.




El motor principal de este gradiente es el estrés. Y no sólo el de ser pobre, sino el de “sentirse” pobre. En un estudio, Nancy Adler, de la Universidad de California en San Francisco, mostró a sus voluntarios la imagen de una escalera de 10 peldaños y pidió que, comparándose con otras personas, indicaran el nivel que creían ocupar. Esta evaluación subjetiva de la condición social fue un pronosticador de salud bueno o incluso mejor que el nivel objetivo de ingreso. En un análisis más reciente, Adler ha demostrado que “sentirse relativamente pobre” conlleva tanto una evaluación de la situación personal como un sentimiento de seguridad financiera, y todo se trata del control y la previsibilidad.



Así, podemos ir más lejos y afirmar que la pobreza es más estresante cuando está rodeada de abundancia. Con independencia del nivel absoluto de ingreso, cuanto mayor es la desigualdad del ingreso en una sociedad, peor es el gradiente de salud. En sociedades más igualitarias, como la canadiense y la escandinava, el gradiente de salud entre los niveles socioeconómicos más alto y más bajo es mucho menos marcado. Nada es más corrosivo que estar rodeados de recordatorios de que la vida no nos trata tan bien como a otros. La mala salud no es sólo cuestión de sentirnos pobres, sino de que nos hagan sentir pobres.


Extraído de la revista National Geographic en Español, Enero 2007.

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