sábado, 10 de enero de 2009

CONSUMISMO

Una nueva plaga azota a la humanidad: el consumismo. El afán desmedido por consumir, propio de la sociedad burguesa, capitalista, se ha adueñado hasta de las mentes aparentemente más preclaras. La burguesía, cuya principal cualidad es absorber todo aquello que le sale al frente como protesta, cuestionamiento o rebelión, ha logrado imponer al revolucionario “Che” Guevara como un artículo más de consumo, presente en polos, gorros, stickers, relojes, carteras, etc. Lo ha rebajado a ser un producto más.

¿Cuál es la clave del consumismo?

Adquirir bienes y objetos que no son indispensables para nuestra existencia como seres humanos. Fuerza al individuo a consumir cosas que no necesita, le crea necesidades artificiales. ¿Necesitamos de una licuadora de 17 velocidades si en la práctica a lo más usamos dos? ¿Es indispensable adquirir una depiladora eléctrica o una láser? ¿Es acaso racional que en un país haya más autos de los que se puedan manejar (EE.UU.) o que hayan más celulares que habitantes (Alemania)?

Otra clave del consumismo es la superabundancia de bienes a ser consumidos. Se da una renovación o sustitución permanente y vertiginosa de los bienes, por lo que hay un derroche de productos y materias primas. Ejemplo de esto: los grandes remates de las cadenas de ropa (Ripley, Saga Falabella); los comedores de grandes empresas (Antamina), donde la comida se termina botando porque lo ofrecido supera ampliamente lo que puede ser consumido por las personas. Y a nivel mundial Japón, donde existen tiendas que rematan los productos que diariamente pasan a ser viejos, desactualizados, caducos. Mientras, todo un continente (Arica) está destinado a desaparecer porque la gran mayoría de sus habitantes muere de inanición.

Producto del consumismo se dan dos situaciones que lindan con lo esquizofrénico y que mantienen en vilo a todas las personas que cayeron bajo esta plaga. Primero, se dice que hay que preferir lo “nuevo”, lo de “última generación”; pero dada la superabundancia y sustitución permanente de productos, lo “nuevo” pasa a ser “viejo” muy rápidamente, al punto que muy pocas personas están actualizadas, generando insatisfacción creciente por no estar con “lo último”, lo “moderno”, etc.

Segundo, mientras se promociona un producto como “exclusivo”, se incita a que la mayor cantidad de gente lo adquiera “para ser igual que todos”. El afán de exclusividad lleva a la gente con abundantes recursos económicos a comprar cosas cada vez más caras con la idea de que pocos podrán tenerlas; mientras el resto de personas se siente infeliz por no tener el dinero que le permitiría comprarse aquellas cosas que lo harían formar parte del grupo de gente “exclusiva”, de élite”, “exitosa”, etc.

Al final, somos juguetes de las transnacionales a las que lo único que les importa es vender y ganar lo más posible, apelando a todos los recursos imaginados con el fin de exprimir hasta el último centavo al consumidor.

Pero el colmo del consumismo es el ser humano como objeto de consumo y como propaganda ambulante. En el primer caso, la vida de personas famosas, políticos, actores, escritores, etc., se vuelve objeto de consumo de miles de personas que olvidan sus carencias y angustias a través del seguimiento de los pequeños triunfos, vicisitudes y desgracias de gente catalogada como exitosa y a quienes hay que admirar.

En el segundo caso, el individuo adquiere productos que, en lo máximo del descaro, son promocionados a través de etiquetas, logos y dibujos que la persona lleva muy ufana como símbolo de estatus, siendo usada inconsciente y estúpidamente como propaganda ambulante, para mayor ganancia y ahorro de los negociantes.

¿Tan abajo ha descendido el ser humano que disfruta siendo manipulado, usado, engañado, comprado y estafado, para mayor provecho de unos mercaderes de la humanidad?


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